Un estudio de investigadores brasileños publicado en Nature Communications muestra que, en los bosques de todo el planeta, incluida la selva amazónica, se está registrando un crecimiento acelerado de especies con una merma de la longevidad (un tronco de árbol muerto en la amazonia peruana; foto: Roel Brienen/University of Leeds)

El acortamiento de la vida útil de los árboles podría neutralizar los incrementos del secuestro de CO2
03-12-2020
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Un estudio de investigadores brasileños publicado en Nature Communications muestra que, en los bosques de todo el planeta, incluida la selva amazónica, se está registrando un crecimiento acelerado de especies con una merma de la longevidad

El acortamiento de la vida útil de los árboles podría neutralizar los incrementos del secuestro de CO2

Un estudio de investigadores brasileños publicado en Nature Communications muestra que, en los bosques de todo el planeta, incluida la selva amazónica, se está registrando un crecimiento acelerado de especies con una merma de la longevidad

03-12-2020
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Un estudio de investigadores brasileños publicado en Nature Communications muestra que, en los bosques de todo el planeta, incluida la selva amazónica, se está registrando un crecimiento acelerado de especies con una merma de la longevidad (un tronco de árbol muerto en la amazonia peruana; foto: Roel Brienen/University of Leeds)

 

Por Luciana Constantino  |  Agência FAPESP – La aceleración del crecimiento de los árboles registrada en los últimos años ha venido aparejada de una disminución de su vida útil. En el futuro, esto podría neutralizar parcialmente los incrementos obtenidos mediante el secuestro de dióxido de carbono (CO2). Esta relación entre el crecimiento y la expectativa de vida de los árboles vale para los bosques de todo el mundo, lo que incluye a las selvas tropicales como la amazónica y a los bosques templados y árticos.

De este modo, los resultados esperados para modelos y proyecciones de captación de CO2 estructurados con base en el actual sistema pueden estar sobreestimando la capacidad de absorción de los gases de efecto invernadero en los bosques del futuro. En otras palabras, esto quiere decir que plantar árboles es importante para ayudar a disminuir la concentración de esos gases en la atmósfera, pero no es suficiente: sigue siendo esencial la disminución de las emisiones de carbono.

Estos son los principales puntos de debate en un artículo publicado en la revista Nature Communications, que reúne los principales resultados de una investigación realizada por un grupo internacional de científicos. Entre ellos se encuentran el profesor Gregorio Ceccantini y el investigador Giuliano Locosselli. Ambos cuentan con el apoyo de la FAPESP y están vinculados al Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (IB-USP), en Brasil.

“Existe una relación inversa entre el índice de crecimiento de los árboles y la longevidad. Hemos demostrado de manera fehaciente que esto se hace presente independiendo de las especies y del lugar donde las mismas se encuentran. Si los árboles crecen más rápido, también asimilan el carbono más velozmente. El problema reside en que vivirán menos, y el carbono permanecerá almacenado durante menos tiempo”, le explica Locosselli a Agência FAPESP.

En la etapa de crecimiento, los árboles necesitan una gran cantidad de CO2 para desarrollarse. Por eso este proceso de aceleración ha traído aparejada una gran absorción de carbono. Tan es así que estudios realizados recientemente muestran que alrededor de una tercera parte de las emisiones de gases invernadero resultantes de la acción humana durante los últimos 50 años fue absorbida por ecosistemas terrestres merced a una combinación de nuevos árboles con la expansión de bosques secundarios.

Con todo, la investigación publicada en Nature Communications pone en debate el grado en que los bosques seguirán absorbiendo el exceso de CO2 en el futuro. Y problematiza el tema al sostener que esa captación “depende no solamente de la respuesta del crecimiento de los árboles ante los cambios del clima y de la composición atmosférica, sino también a las alteraciones en las tasas de mortalidad que, en última instancia, liberan carbono nuevamente hacia la atmósfera”.

“Este feedback negativo sobre el almacenamiento de carbono vía aumento de la mortalidad compensará –al menos en alguna medida– los efectos beneficiosos del incremento del almacenamiento total de CO2 de los bosques. Nuestro conocimiento actual y parcial de la universalidad y de las causas del feedback dificulta su representación en los Modelos del Sistema Terrestre y, por ende, genera una importante incertidumbre en los pronósticos de la futura absorción de carbono de los bosques en respuesta al cambio global”, remarca en la investigación el grupo que integran Ceccantini y Locosselli.

Según Locosselli, la mayor parte de los modelos climáticos y de dinámica de la biomasa en los bosques han contemplado el índice de crecimiento, no así su relación negativa con la longevidad. Los motivos para la aceleración de este crecimiento aún no están totalmente claros, pero entre aquellos que pueden contribuir se encuentran la temperatura, el CO2 en la atmósfera e incluso el uso de fertilizantes en distintos lugares, lo que aumenta la concentración de nitrógeno en el ambiente.

Los cambios climáticos

Un informe dado a conocer en 2019 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) apuntó que las emisiones globales de gases de efecto invernadero deben disminuir al menos un 7,6% al año en 2030 para que el planeta alcance la meta estipulada en el Acuerdo de París tendiente a limitar el alza de la temperatura media a 1,5 °C.

Si la temperatura supera ese límite, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha alertado que entre los impactos que pondrán registrarse en el planeta se encuentran el aumento de la intensidad de las olas de calor y la frecuencia de las tormentas, por ejemplo.

Durante la última década, las emisiones de gases de efecto invernadero aumentaron un 1,5% al año, en gran medida provocadas por las fuentes fósiles de energía y por los cambios en el uso de la tierra, vía la deforestación, por ejemplo.

Los países del G20 responden por alrededor del 75% del total de esas emisiones, con China y Estados Unidos a la cabeza. Brasil se ubica en el 14º puesto en el ranking elaborado por el Atlas Global de Carbono, con emisiones significativas asociadas al desmonte. En el Acuerdo de París, Brasil se comprometió a disminuir sus emisiones un 37% para 2025 y un 43% para 2030 con relación al nivel de 2005.

Un estudio más reciente de la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés) mostró que las emisiones globales de CO2 fósil registraron el año pasado un récord de 36,7 gigatoneladas (Gt), un 62% más que en el año 1990, cuando se pusieron en marcha las negociaciones internacionales concernientes al clima.

Con la pandemia de COVID-19, que obligó a distintos países a implementar medidas de aislamiento social durante meses, las emisiones de CO2 disminuirían entre un 4% y un 7% este año en comparación con 2019, de acuerdo con la WMO. Así y todo, en el mes de abril, cuando se registró el nivel más bajo entre enero y agosto de 2020, las emisiones diarias de carbono eran equivalentes a las de 2006, período en el cual ya se detectaba un aumento acentuado.

Los caminos con miras a mitigar ese incremento del CO2 contemplan la expansión de las políticas públicas que apuntan al aumento del uso de energías renovables, los medios de transporte de bajo carbono y la eliminación del carbón, aparte de la disminución del desmonte y de las quemas de bosques en todo el mundo.

El año pasado, un grupo de 66 países, empresas e inversores sellaron un acuerdo para eliminar sus emisiones de gases contaminantes para el año 2050. También se están discutiendo mecanismos tendientes a ponerle precio al carbono, ya sea mediante un gravamen a las emisiones o a través de la creación de sistemas de compra y venta de créditos, en los cuales “el contaminante” paga en caso de que no se haga cargo de la mitigación internamente. El objetivo de esto consiste en dotar de ventajas a los modelos de producción que apunten a la disminución de las emisiones.

La metodología

Para demostrar la relación de la evolución y la longevidad de los árboles con la captación de CO2, Locosselli explica que la investigación se basó en el análisis de los anillos de crecimiento ubicados en los troncos de los árboles. Se evaluaron los registros de más de 210 mil árboles de 110 especies.

Si un anillo de crecimiento es ancho, esto indica que el árbol ha crecido rápido, y en caso de que sea angosto, apunta un bajo crecimiento. Cada uno de estos anillos representa un año de vida del árbol. Al contárselos todos, es posible tener una estimación de edad del árbol.

“Por eso logramos medir la dinámica para árboles de 500 ó 600 años de edad. Fue posible extrapolar el tiempo más allá de lo que se había analizado en el marco de otros trabajos ya con parcelas permanentes”, afirma Locosselli, quien forma parte del programa Jóvenes Investigadores de la FAPESP con su estudio intitulado Los bosques funcionales: la biodiversidad a favor de las ciudades

De acuerdo con el investigador, los incendios también aceleran la mortalidad de los árboles, pero este factor no se incluyó en la investigación. En otros estudios ya se había demostrado que, una vez quemados, los bosques tropicales, como la selva amazónica, por ejemplo, retienen un 25% menos carbono que los no quemados, aun al cabo de tres décadas de crecimiento.

Puede leerse el artículo intitulado Forest carbon sink neutralized by pervasive growth-lifespan trade-offs en el siguiente enlace: www.nature.com/articles/s41467-020-17966-z
 

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