Las líneas azules en la imagen representan las conexiones que aparecen en menor medida en los voluntarios que tuvieron COVID-19, en comparación con los integrantes del grupo de control. Las líneas rojas corresponden a las conexiones que aparecen aumentadas en los participantes que se infectaron con el SARS-CoV-2 (imagen: Brunno Machado de Campos/Unicamp)
Científicos brasileños examinaron a 86 voluntarios que tuvieron la forma leve de la enfermedad mediante resonancia magnética funcional y los compararon con otros no infectados. Los resultados, que aún no se han publicado, se conocieron durante un congreso que tuvo lugar en la Universidad de Campinas
Científicos brasileños examinaron a 86 voluntarios que tuvieron la forma leve de la enfermedad mediante resonancia magnética funcional y los compararon con otros no infectados. Los resultados, que aún no se han publicado, se conocieron durante un congreso que tuvo lugar en la Universidad de Campinas
Las líneas azules en la imagen representan las conexiones que aparecen en menor medida en los voluntarios que tuvieron COVID-19, en comparación con los integrantes del grupo de control. Las líneas rojas corresponden a las conexiones que aparecen aumentadas en los participantes que se infectaron con el SARS-CoV-2 (imagen: Brunno Machado de Campos/Unicamp)
Por Karina Toledo | Agência FAPESP – Datos preliminares de un estudio realizado en la Universidad de Campinas (Unicamp) sugieren que el COVID-19 –incluso en los casos leves– puede alterar el patrón de conectividad funcional del cerebro y provocar una especie de “cortocircuito” en dicho órgano.
Estas conclusiones se basan en estudios de resonancia magnética funcional (con secuencia de reposo) realizados con 86 voluntarios que ya se habían curado de la infección hacía al menos dos meses. Los resultados se compararon con los de 125 individuos que no contrajeron la enfermedad y que conformaron el grupo de control.
“En el cerebro normal, ciertas áreas aparecen sincronizadas durante una actividad, mientras que otras se encuentran en reposo. En tanto, en los casos de esas personas que tuvieron COVID-19, detectamos una severa pérdida de la especificidad de las redes cerebrales. Todo está conectado al mismo tiempo, y esto probablemente lleva al cerebro a gastar más energía y a trabajar de un modo menos eficiente”, comenta Clarissa Yasuda, docente de la Facultad de Ciencias Médicas (FCM-Unicamp) e integrante del Instituto de Investigaciones en Neurociencias y Neurotecnología (BRAINN), un Centro de Investigación, Innovación y Difusión (CEPID) de la FAPESP.
Yasuda dio a conocer estos datos –que aún no han sido publicados– el pasado 27 de enero, durante el 7º BRAINN Congress. El estudio aún está en curso y el grupo tiene la intención de incluir a otros participantes. La idea consiste en efectuar un seguimiento de los despliegues cerebrales de la infección causada por el SARS-CoV-2 durante tres años al menos.
Según Yasuda, aún no se sabe de qué modo el virus provoca esta alteración en la conectividad cerebral, pero existen algunas hipótesis que habrá que investigar. “Es posible que la infección perjudique una parte de las redes neuronales y, para compensar la falla en la señal, el cerebro active otras redes simultáneamente. Esta hiperconectividad puede constituir también un intento del cerebro de restablecer la comunicación en las áreas afectadas”, dice la investigadora.
Otra hipótesis que el grupo de la Unicamp estudiará apunta a saber si este estado de disfunción cerebral tiene relación con algunos de los síntomas tardíos del COVID-19 informados por diversos pacientes, tales como fatiga, somnolencia diurna y alteraciones en la memoria y en la concentración.
“Pretendemos comparar el funcionamiento cerebral de pacientes que exhiben esos síntomas tardíos con el de personas que se curaron de la enfermedad y que no manifiestan más síntomas. De confirmarse esta relación entre la hiperconectividad y los síntomas neuropsicológicos persistentes, podremos pensar en fármacos y en otros tratamientos capaces de mitigar el cuadro”, le comenta Yasuda a Agência FAPESP.
Alteraciones estructurales y funcionales
Esta investigación se puso en marcha durante el segundo semestre de 2020, mediante la aplicación de un cuestionario online respondido por más de 2.000 personas de todo Brasil. Se incluyó en el estudio únicamente a los individuos con la enfermedad confirmada mediante test de RT-PCR, y aproximadamente el 90% no requirió tratamiento hospitalario (tan solo tratamiento domiciliario). En esta fase, los participantes informaron sobre los síntomas que estaban sintiendo alrededor de dos meses después del diagnóstico. Los más comunes fueron fatiga y cansancio (53,5%), cefalea (40,3%) y alteraciones en la memoria (37%).
Al cabo de seis meses, también por medio de un cuestionario online, 642 participantes informaron que aún padecían los síntomas tardíos de la enfermedad, entre ellos fatiga y cansancio (59,5%), somnolencia diurna (36,3%), alteraciones en la memoria (54,2%), y dificultades de concentración (47%) y para realizar las actividades diarias (23,5%). Asimismo, el 41,9% informó síntomas de ansiedad, un porcentaje situado muy por encima de la media de la población brasileña, que es de alrededor del 10%.
Los investigadores evaluaron a una parte de los voluntarios presencialmente; también se les aplicaron test neuropsicológicos –a los efectos de evaluar funciones cognitivas tales como la memoria y la atención– y se les realizaron estudios de resonancia magnética, que permitieron analizar en forma no invasiva tanto la materia gris del cerebro (donde se ubica el cuerpo de las neuronas) como la llamada materia blanca (donde se ubican los axones y las células gliales). Los exámenes se realizaron una vez pasada la fase aguda, al cabo de 55 días del diagnóstico, en promedio.
“Ajustamos los resultados de los test neuropsicológicos de acuerdo con la edad, el sexo y la escolaridad de cada participante. Fue posible notar que los individuos con síntomas tardíos de COVID-19 exhibieron un rendimiento cognitivo ubicado por debajo de lo esperable. Salen peor que la media de los individuos brasileños en algunas tareas”, comenta Yasuda.
En tanto, los estudios por imágenes revelaron que algunas zonas de la corteza cerebral de los voluntarios exhibían un espesor menor que la media observada en los del grupo de control, entre ellas las áreas relacionadas con la ansiedad. Otras regiones mostraban un aumento de tamaño, lo que puede estar relacionado con la inflamación que ocasiona la infección (lea más en: agencia.fapesp.br/34415/).
Más recientemente, mediante la aplicación de una técnica conocida con el nombre de tractografía, los investigadores notaron que también existían lesiones en la microestructura de la materia blanca. Con todo, aún no se sabe cuáles son las implicaciones de este hallazgo.
“Nadie sabe a ciencia cierta de qué manera afecta al cerebro el virus: si es un daño indirecto, relacionado con la inflamación, o si el mismo está relacionado directamente con la infección de las células cerebrales”, comenta la investigadora. “De cualquier modo, estos hallazgos son sorprendentes y un tanto atemorizadores. Creo que ya ha quedado claro que el COVID-19 no es una mera gripe.”
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