Sale un libro donde se describen la actividad económica, la organización social y la vida cotidiana en la ciudad que fue la punta de lanza de la expansión colonial europea (la más antigua representación de Lisboa (1500-1510), en Crônica de Dom Afonso Henriques, de Duarte Galvão)
Sale un libro donde se describen la actividad económica, la organización social y la vida cotidiana en la ciudad que fue la punta de lanza de la expansión colonial europea
Sale un libro donde se describen la actividad económica, la organización social y la vida cotidiana en la ciudad que fue la punta de lanza de la expansión colonial europea
Sale un libro donde se describen la actividad económica, la organización social y la vida cotidiana en la ciudad que fue la punta de lanza de la expansión colonial europea (la más antigua representación de Lisboa (1500-1510), en Crônica de Dom Afonso Henriques, de Duarte Galvão)
Por José Tadeu Arantes | Agência FAPESP – Durante aquélla a la que se conoce como “la época de los descubrimientos”, Portugal se ubicó a la vanguardia del proceso de navegaciones y conquistas que articuló cuatro continentes (Europa, África, Asia y América) e impuso la hegemonía europea en el mundo. Lisboa, la capital de ese reino, era, en las palabras del respetado historiador portugués Vitorino Magalhães Godinho (1918-2011), la “gran cabeza de Portugal”. Y el Paço da Ribeira, local donde se concentraban el nuevo palacio real, las sedes de los principales organismos administrativos, el centro comercial y los grandes astilleros, era el corazón de Lisboa. Desde un balcón del segundo piso del palacio, el rey podía observar personalmente la salida de los barcos que, siguiendo el flujo del río Tajo, ganaban el Atlántico.
¿Qué era entonces, Lisboa? ¿Cómo estaba constituida su población? ¿Cómo vivía y sobrevivía su gente? Estas preguntas definieron los ejes principales del libro intitulado Viver em Lisboa: século XVI [Vivir en Lisboa. Siglo XVI], de Lélio Luiz de Oliveira, publicado con el apoyo de la FAPESP.
De Oliveira, docente de la Facultad de Economía, Administración y Contabilidad de Ribeirão Preto, perteneciente a la Universidad de São Paulo (Fearp-USP), puso de relieve en su libro el aspecto económico, mediante la inserción de instructivos gráficos cuantitativos, pero también le dio espacio a la vida cotidiana y a la mentalidad de esos hombres “tan profundamente inventores como rutinarios”, en la definición del historiador francés Fernand Braudel (1902-1985), uno de los principales representantes de la famosa École des Annales.
“La historiografía portuguesa privilegió aquél al que puede caracterizarse como ‘Portugal puertas afuera’. En otras palabras, priorizó la gran influencia de los portugueses en el proceso global. Mi preocupación no apuntó necesariamente a invertir ese análisis, sino a resaltar que Portugal no sólo impactó en otras regiones como también recibió el impacto de ellas”, declaró De Oliveira a Agência FAPESP.
Una expresión de ese impacto fue la inflexión de la curva del crecimiento poblacional de Lisboa, que en números aproximados trepó de 35 mil habitantes a mediados del siglo XIV a 120 mil a finales del siglo XVI. Durante los reinados de Manuel I (1469-1521) y de su hijo, João III (1502-1557), la ciudad creció y se modernizó.
Tal como informó el investigador en su libro, la población, sumamente diversificada, incluía –entre otros– a hidalgos de la corte, al personal de la realeza, obispos, sacerdotes, frailes, monjas, nuevos ricos vinculados al comercio ultramarino, personal de aduana, comandantes de la armada, comerciantes, corredores, contratantes, notarios, merinos, amanuenses, físicos (médicos), enfermeras, dentistas, boticarios, profesores, músicos, maestros artesanos, orfebres, doradores, tejedores, sastres, zapateros, panaderos, confiteros, galleteros, horneros, cargadores, marineros, soldados, brujos, mendicantes, alborotadores y esclavos.
La esclavitud en la metrópoli
Debido al enorme impacto económico, social, político y cultural que el esclavismo colonial tendría posteriormente en Brasil, suele soslayarse el peso de la esclavitud en la metrópoli. Sin embargo, entre mediados del siglo XV y comienzos del siglo XVI ingresaron a Portugal entre 140 mil y 150 mil esclavos africanos. Para analizar el peso numérico de ese contingente, basta con tener en cuenta que, a comienzos de la década de 1530, la población total de Portugal estaba compuesta a lo sumo por entre 1.200.000 y 1.400.000 personas.
“Existe una coincidencia entre las fuentes al respecto de los malos tratos y de las pésimas condiciones de vida de los esclavos negros”, afirmó De Oliveira. Agotados por los trabajos inhumanos, vendidos, canjeados, prestados o dejados como herencia, los esclavos no tenía siquiera el derecho a que, después de muertos, sus cuerpos fuesen enterrados en los cementerios contiguos a las iglesias. Hasta la creación de entidades tales como la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario de los Hombres Prietos, si bien muchos esclavos eran enterrados con ritos cristianos, no lo eran en el suelo considerado sagrado de los cementerios, y a otros sencillamente se los arrojaba en el vertedero de la Porta de Santa Catarina o en los arrabales, para que se los comieran los perros.
Aparte de los negros de origen africano, otra importante minoría étnica la constituían los judíos, posteriormente transformados en “cristianos nuevos” mediante la conversión forzosa. “A finales del siglo XV, vivían en Portugal alrededor de 30 mil judíos. La expulsión de los judíos castellanos por orden de los reyes católicos Fernando e Isabel, en 1492, llevó a que esa cifra se triplicase”, informó el investigador.
Con importantes miembros de la comunidad israelita entre sus hombres de confianza, Manuel I fue tenido como un protector de los judíos. Pero eso no impidió que, en 1496, y siguiendo el modelo castellano, determinase su expulsión, en un acto que quedó revocado al año siguiente, para dejar lugar a la conversión forzosa. Y esa conversión de los judíos a la fuerza parece haber sido el recurso que encontró el rey para mostrarse ante los ojos de Europa como un ejemplo de celo cristiano y, al mismo tiempo, no privar al reino de algunos de sus mejores cuadros. Pero eso no apaciguó el sentimiento antijudío de parte de la población.
En 1506, en un contexto de sequía y peste, un levantamiento popular, instigado por frailes dominicos y que las autoridades no lograron impedir, promovió “la gran masacre”, en la cual cuatro mil judíos convertidos fueron asesinados, muchos de ellos quemados vivos en hogueras improvisadas en la plaza de Largo de São Domingos, en Rossio. Luego de esa masacre, y con la instauración de la Inquisición en Portugal, en 1540, durante el reinado de João III, muchos “cristianos nuevos” dejaron el país y huyeron hacia los Países Bajos, Francia, Turquía y Brasil.
El destino de los musulmanes
Existe una controversia con relación al destino de los musulmanes y sus descendientes. Cabe recordar que, durante más de cuatro siglos –entre 714, cuando fue conquistada por Abd al-Aziz ibn Musa, y 1147, cuando fue reconquistada por Afonso Henriques–, Lisboa (Al-Ushbuna) fue una ciudad islámica. Y en el siglo X, en su momento de apogeo, llegó a tener alrededor de 100 mil habitantes y una vida cultural exuberante. Luego de la llamada “reconquista” cristiana, la población musulmana remanente quedó confinada en los barrios de Mouraria y Alfama, o en los arrabales de la ciudad. Pero, ¿qué pasó después?
“Hasta hace poco, la historiografía, dentro y fuera de Portugal, era prácticamente unánime al afirmar que, en el siglo XVI, los integrantes remanentes de la colectividad musulmana, de origen árabe o bereber, ya habían perdido su identidad religiosa y cultural, y habían sido asimilados: ya no se diferenciaban de la población en general. Y fue esa visión la que adopté en mi libro. Sin embargo, en un estudio reciente, el historiador François Soyer, de la University of Southampton, planteó estos hechos de una manera diferente, al sostener con datos robustos que la pequeña minoría musulmana no asimilada fue expulsada de Portugal por Manuel I, en 1497. De manera tal que, para mí, este tema ha quedado abierto, y existe una necesidad de llevar a cabo nuevos estudios para arribar a una conclusión”, ponderó De Oliveira.
El estudio de Soyer, intitulado The Persecution of the Jews and Muslims of Portugal (1496-7). King Manuel I and the End of Religious Tolerance, ya ha sido traducido en Portugal con el título de A Perseguição aos Judeus e Muçulmanos de Portugal – D. Manuel I e o Fim da Tolerância Religiosa (1496-1497) [La persecución contra los judíos y musulmanes en Portugal. Manuel I y el fin de la tolerancia religiosa (1496-1497)] (Lisboa, Edições 70, 2013). El texto original puede leerse en el siguiente enlace: https://pt.scribd.com/doc/206587484/The-Persecution-of-the-Jews-and-Muslims-of-Portugal-the-Medieval-Mediterranean.
Según De Oliveira, la dinamización que provocaron las navegaciones y las conquistas ultramarinas no generó un cambio radical en el cotidiano económico, en la organización social, en la estructura de los oficios y en las formas de trabajo. Lo nuevo se instaló sobre las bases antiguas. Pero algunos sectores respondieron con mayor énfasis a la innovación. Uno de ellos fue –por motivos obvios– el de la construcción naval. “Ésta demandaba materias primas tales como madera, colofonia, sebo, resina, estopa y hierro para clavos y anclas, aparte de sogas y paños para las velas de las naos. Gran parte de estos productos provenía del propio reino. Pero las mejores maderas eran importadas”, dijo.
La práctica sistemática del pillaje en la etapa inicial de la expansión y la necesidad de defensa de los territorios conquistados en la etapa posterior también demandaron un aumento creciente de la producción de armas de fuego y de pólvora, como así también un entrenamiento en su manejo.
Una actividad bastante dinamizada en ese período fue la fabricación de un tipo de galletas secas muy durables, que se convirtieron en un artículo importante en la alimentación de los marineros. “Este producto ya se conocía en Portugal, en el entorno de Lisboa, pero su producción se incrementó en función de las navegaciones”, relató el investigador.
Pasteleros y regateras
En el ámbito interno, en función del aumento poblacional, existía una gran preocupación con el abastecimiento cotidiano. “Lisboa pasó a reunir a una gran cantidad y una gran diversidad de personas dedicadas a la alimentación. Los oficios más vinculados a la población masculina incluían a los vendedores ambulantes, pasteleros, confiteros, horneros, lavadores de pescados, viñadores y fabricantes de aguardientes. Los más vinculados a la población femenina abarcaban a las regateras (que compraban pescados, hortalizas, frutas u otros víveres para revenderlos), aceiteras ambulantes, vendedoras de frutas secas (de puerta en puerta), destripadoras de pescados, marisqueras y sardineras (que asaban sardinas a orillas del río). La función de aguatero, muy necesaria en una ciudad donde no todas las casas disponían de aljibes, era ejercida indistintamente por varones y mujeres”, detalló De Oliveira.
Aparte de proveer la alimentación en el sentido estricto de la palabra, los trabajadores del área también debían dar cuenta de una cierta sofisticación del paladar suscitada por las novedades que llegaba de afuera. “Con relación a esto, podemos decir que hubo una asimilación parsimoniosa: una permanencia muy fuerte del pasado, pero también una inserción de nuevos productos. Ése fue el caso del azúcar, inicialmente utilizado como droga medicinal, y luego incorporado a la cocina portuguesa. Y de otros productos provenientes de las colonias o factorías, tales como la papa, el maíz americano, la calabaza, el maní, el tabaco, el té y el café. La combinación de ingredientes nuevos y antiguos y la influencia de culturas lejanas enriquecieron el repertorio gastronómico. Así fue como se incorporaron platos tales como el arroz con leche, de origen asiático, y el cuscús, proveniente del norte africano.
En las clases altas, la inclusión un tanto excesiva de especias tales como la pimienta, el clavo, la canela, la nuez moscada, el jengibre, la cúrcuma y otras, constituía una demostración de lujo y un motivo de ostentación. En esa cúspide de la pirámide social se concretó también la introducción de nuevos utensilios como el tenedor, utilizado eventualmente en la corte de Manuel I, y ya cotidianamente, en combinación con el cuchillo, en la corte de João III.
El entorno de Lisboa y otras regiones de Portugal, tales como Alentejo, Minho, Douro y Trás-os-Montes, ya no daban cuenta de suministrar todo lo que Lisboa comercializaba y consumía. Muchas mercancías empezaron a llegar provenientes de lejos: de las Azores, de Castilla, de Galicia, de Italia, de Francia, de Flandes, de Inglaterra, de África, de Brasil, de la India, de Ceilán y hasta de China.
El Ayuntamiento o Cámara de la ciudad establecía las concesiones de los oficios y los lugares donde podía ejercérselos. Y organizaba la recaudación de impuestos. “El Ayuntamiento estaba dividido en pelouros, que eran órganos o departamentos administrativos con incumbencias, cargos y servicios específicos. Entre otros, existían los pelouros de las carnes, de las obras, de la limpieza pública y de la ejecución de las penas. Los ingresos del Ayuntamiento provenían de los permisos concedidos. Esa estructuración del Ayuntamiento, que se remontaba al siglo XII, continuó en vigencia más allá del siglo XVI”, dijo De Oliveira.
Innovadora en algunos casos, conservadora en otros, la ciudad de Lisboa del siglo XVI reflejó al mismo tiempo la pujanza del proceso global y el conservadurismo general de la sociedad portuguesa.
Más información en: alamedaeditorial.com.br/viver-em-lisboa.
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