Alrededor de 300 mil personas ancianas viven solas en la ciudad de São Paulo, y poco más de 8 mil sostienen que no cuentan con nadie a quien pedirle ayuda en caso de que lo necesiten. Datos de un estudio apoyado por la FAPESP ponen en evidencia la vulnerabilidad de esa población en medio de la actual crisis sanitaria (foto: Pixabay)

La epidemia de coronavirus le exige a la sociedad una mayor atención hacia la tercera edad
04-06-2020
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Alrededor de 300 mil personas ancianas viven solas en la ciudad de São Paulo, y poco más de 8 mil sostienen que no cuentan con nadie a quien pedirle ayuda en caso de que lo necesiten. Datos de un estudio apoyado por la FAPESP ponen en evidencia la vulnerabilidad de esa población en medio de la actual crisis sanitaria

La epidemia de coronavirus le exige a la sociedad una mayor atención hacia la tercera edad

Alrededor de 300 mil personas ancianas viven solas en la ciudad de São Paulo, y poco más de 8 mil sostienen que no cuentan con nadie a quien pedirle ayuda en caso de que lo necesiten. Datos de un estudio apoyado por la FAPESP ponen en evidencia la vulnerabilidad de esa población en medio de la actual crisis sanitaria

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Alrededor de 300 mil personas ancianas viven solas en la ciudad de São Paulo, y poco más de 8 mil sostienen que no cuentan con nadie a quien pedirle ayuda en caso de que lo necesiten. Datos de un estudio apoyado por la FAPESP ponen en evidencia la vulnerabilidad de esa población en medio de la actual crisis sanitaria (foto: Pixabay)

 

Por Maria Fernanda Ziegler  |  Agência FAPESP – De los más de 1,8 millones de ancianos residentes en la ciudad de São Paulo (Brasil), son 290.771 (el 16%) los que viven solos, y 22.680 tienen 90 años o más. También es motivo de preocupación la cantidad de personas ya mayores completamente solitarias en la capital paulista: son más de 8 mil y, por distintas razones, no tienen a quién pedirle ayuda en caso de que lo necesiten. No cuentan con una red de apoyo social activa y eficiente.

Los datos sobre la vulnerabilidad de las personas ancianas en la ciudad de São Paulo, reunidos especialmente para Agência FAPESP, forman parte del Estudio Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE), que contó con el apoyo de la FAPESP. Esta investigación sobre las condiciones de vida y sanitarias de las personas de la tercera edad residentes en el municipio de São Paulo comprende un seguimiento de 1.236 participantes que conforman una muestra representativa de toda esa población de la ciudad y permite arribar a los resultados mencionados.

“Urge llamar la atención acerca de esta realidad, sobre todo en este momento de pandemia. Estamos preocupados con los ancianos que viven en instituciones [los antiguos asilos, en la actualidad denominados Instituciones de Larga Permanencia para Ancianos – ILPIs, en portugués] por su alta vulnerabilidad y por el gran riesgo contagio masivo. A su vez, en términos generales, la situación tampoco es demasiado buena, fundamentalmente si tenemos en cuenta la cantidad de personas mayores que están solas en sus casas en plena epidemia y sin nadie que las ayude. Todos tenemos que tener una mirada al respecto de esa realidad y planificar acciones para este período”, dice Yeda Duarte, docente de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (USP) y coordinadora del estudio referido, en colaboración con Jair Licio Ferreira Santos.

Las condiciones de salud de los ancianos también es motivo de preocupación, sobre todo por el hecho de que padecen enfermedades consideradas de riesgo para COVID-19, añade la investigadora. Entre los que viven solos, el 63,1% (183.477) sufren dos o más enfermedades crónicas simultáneas. El 67,9% (197.434 ancianos) son hipertensos, el 25,4% (73.856) diabéticos, el 22,9% (66.587) sufren alguna enfermedad cardíaca y el 9,3% (27.042) alguna afección pulmonar crónica, entre las enfermedades más comunes.

Además del alto índice de dolencias crónicas, existen otros factores que preocupan a los especialistas: el 12,9% (37.510) de los ancianos son frágiles y el 52,2% (151.782) son prefrágiles: exhiben escasa resistencia o poca energía, pierden peso involuntariamente y declaran sentir debilidad, entre otros factores de riesgo.

De acuerdo con los datos del SABE, la mayoría (75,1%) de esos ancianos que viven solos en la capital paulista atraviesan procesos de aumento de la fragilidad, lo que los vuelve aún más vulnerables en este momento. Duarte remarca que los ancianos con síndrome de fragilidad deben constituir la priorizad de la atención primaria, por ser más susceptibles a sufrir caídas, hospitalizaciones, incapacidades y defunción precoz.

Para Duarte, la gravedad de la epidemia del nuevo coronavirus pone en evidencia la realidad de la falta de asistencia a la tercera edad y la necesidad de implementar políticas públicas de apoyo a esa población. “La epidemia es sumamente grave, pero quizá pueda engendrar una transformación necesaria en el seno de la sociedad, al dotar de visibilidad a esas personas que nunca ha contado con la atención necesaria. Urge mostrar que esos ancianos existen. Esas personas siguen estando solas en sus casas y necesitan de mayor atención aún ahora, tanto la por parte la sociedad como del poder público”, dice la investigadora.

Duarte hace hincapié en la necesidad de implementar medidas de apoyo, dado que, aunque no deben salir de casa en virtud de la epidemia, muchas personas mayores carecen de teléfono celular o no saben utilizarlo para solicitar comida y artículos de primera necesidad, por ejemplo. “Entre la población anciana que reside sola, más de 80 mil personas (el 28,1%) carecen de celulares o de habilidad para operarlos, por ejemplo. Eso las obliga a salir a la calle e incumplir la cuarentena, no porque sean tercas, sino por necesidad. Esas personas ancianas siempre existieron, pero las políticas públicas no se encargaron de tener una mirada hacia ellas. En este momento, la propia pandemia las pone en evidencia”, dice.

De esta forma, es importante que los vecinos, por ejemplo, se dispongan a ayudar. “Esos movimientos de solidaridad que han crecido en la ciudad a causa del COVID-19 deben expandirse más aún. Al saber que existen personas ancianas que residen solas en el edificio o en el vecindario cercano, sería importante ponerse a disposición para ayudarlas o ser el contacto de ellas con el mundo exterior”, dice.

Entre los 1,8 millones de ancianos que viven en la ciudad de São Paulo, además del 16% que residen solos, hay también un 48% que viven en casas en compañía de otros ancianos, cónyuges u otros parientes. “Ese grupo merece igualmente atención. Durante las últimas décadas, la imagen que la sociedad se ha formado de los ancianos ha cambiado mucho. A menudo se los ve como personas sanas que disfrutan la vida. Si bien algunas personas se encuentran en tales condiciones, no son todas, ni tampoco son la mayoría. La sociedad debe tener una mirada hacia todos”, añade la investigadora.

Un dato positivo que se apunta en el estudio reside en el hecho de que el 84% de los ancianos hayan sido vacunados contra la gripe en la capital paulista. Sin embargo, solo el 39% fueron inmunizados contra la neumonía. “Esto muestra que la directriz debería ser vacunar a todos los ancianos contra la neumonía y no solamente a aquellos considerados vulnerables, tal como se ha venido haciendo hasta ahora”, dice Duarte.

Otro punto importante que la investigadora plantea es la necesidad de contar con una mayor planificación para auxiliar a la población anciana más vulnerable durante la pandemia. “No existe tal planificación. Generalmente los ancianos vulnerables se las van arreglando; hacen lo que pueden. Pero en la actual situación, esto es imposible en la práctica. Esto puede transmitir la idea equivocada de que los ancianos ahora son un problema, y no lo son”, afirma.

De acuerdo con los datos del Estudio SABE, la mayoría de los ancianos viven con sus hijos. Entre los que no viven solos, solamente el 9,6% no residen con los hijos. Del total de personas ancianas, el 12% viven con niños menores de 11 años y el 10,3% con adolescentes (de 12 a 18 años). “Los datos muestran que es necesario pensar también en las medidas de aislamiento social teniendo en cuenta la realidad de ese grupo de riesgo para la enfermedad. De nada sirve autorizar a los jóvenes para trabajar y a los niños a ir a la escuela sin considerar que pueden, al infectarse con el coronavirus y muchas veces no exhibir síntomas de COVID-19, contagiar a otras personas, incluso a los ancianos que permanecen dentro de casa”, dice.

También de acuerdo con los datos del Estudio SABE, alrededor de una cuarta parte de los ancianos de São Paulo exhiben dificultades para ejercer actividades básicas de la vida diaria, tales como bañarse, vestirse y alimentarse solos, por ejemplo. Por ende, requieren la presencia de un cuidador. “Esto nos lleva a pensar en una necesidad de contar con una mayor planificación antes de implementar medidas más duras como el llamado lockdown o confinamiento total, por ejemplo”, dice Duarte.

Para la investigadora, en un escenario de lockdown, resulta fundamental tener en cuenta la existencia de esos ancianos y elaborar una lista de los que necesitan ayuda. “Urge tomar iniciativas anticipadas para que, al tener que vivir bajo reglas más duras de aislamiento, existan maneras de monitorear telefónicamente a esas personas que requieren cuidados”, dice.

Genes protectores

Este estudio multicéntrico se puso en marcha el año 2000, cuando, por iniciativa de la Organización Panamericana de la Salud (OPAS), se investigó a personas de 60 años o más de siete centros urbanos de Latinoamérica y el Caribe, entre ellos la ciudad de São Paulo. Con el apoyo de la FAPESP, este trabajo se reeditó en São Paulo en 2006 y en 2010; y en 2015 llegó a su cuarta edición.

De acuerdo con Duarte, la realización de una nueva edición está programada este año. Empero, debido a la epidemia del nuevo coronavirus, los investigadores pondrán en marcha por el momento un monitoreo telefónico para saber de qué manera los ancianos están encarando la cuarentena y sus principales necesidad y vulnerabilidades.

Los participantes que eventualmente contraigan COVID-19 también serán monitoreados por los integrantes del Centro de Investigaciones del Genoma Humano y Células Madre (CEGH-CEL) de la Universidad de São Paulo (USP), un Centro de Investigación, Innovación y Difusión (CEPID) que cuenta con el apoyo de la FAPESP y con la coordinación de la profesora Mayana Zatz, del Instituto de Biociencias de la USP.

“Vamos a observar cuál será el desenlace en caso de que alguien se infecte con el nuevo coronavirus. Los ancianos que logran afrontar bien la enfermedad seguramente poseen en su genoma genes protectores, y esto es lo que pretendemos investigar”, comenta Zatz.

El equipo del CEPID culminó hace algunos años la secuenciación de los genomas de los participantes en el Estudio SABE. Ese trabajo se realizó en el marco del Proyecto 80+, en el cual se estudia el ADN de personas ancianas sanas de más de 80 años para identificar características genéticas y ambientales que las hacen vivir más y mejor.

 

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