“Todos los países, aunque Estados Unidos no esté incluido, deben acelerar drásticamente la reducción de emisiones” (foto: Daniel Antônio/Agência FAPESP)
El científico climático fue el primer coordinador científico del Experimento a Gran Escala de la Biosfera-Atmósfera de la Amazonía (LBA)
El científico climático fue el primer coordinador científico del Experimento a Gran Escala de la Biosfera-Atmósfera de la Amazonía (LBA)
“Todos los países, aunque Estados Unidos no esté incluido, deben acelerar drásticamente la reducción de emisiones” (foto: Daniel Antônio/Agência FAPESP)
Por Elton Alisson | Agência FAPESP – La 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), que ocurre hasta el 21 de noviembre en Belém, en el estado brasileño de Pará, deberá ser la más importante de todas las ediciones del evento en términos de avances hacia acciones efectivas para combatir el cambio climático, afirma Carlos Nobre, uno de los científicos climáticos más reconocidos del mundo.
Investigador sénior del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP) y copresidente del Panel Científico para la Amazonía, Nobre concedió una entrevista a la Agência FAPESP en la que subrayó la necesidad de que todos los países reduzcan sus emisiones de gases de efecto invernadero con el fin de mitigar el riesgo de que el calentamiento global supere los 2 °C para 2050.
“Si llegamos a 2050 con 2 °C o, peor aún, 2.5 °C de calentamiento, activaremos varios puntos de no retorno”, estimó el científico, advirtiendo que, en ese escenario, la Amazonía dejaría de funcionar como selva y pasaría a emitir más carbono del que absorbe.
Primer coordinador científico del Experimento a Gran Escala de la Biosfera-Atmósfera de la Amazonía (LBA), Nobre considera que la iniciativa representó el mayor proyecto científico en selvas tropicales del mundo y marcó el inicio de una era de grandes experimentos e infraestructuras de investigación multiusuario en la selva amazónica.
Agência FAPESP – ¿Cuál es su expectativa con respecto a la COP30?
Carlos Nobre – No tengo dudas de que esta deberá ser la más importante de las 30 COPs. Sin duda, la más relevante [hasta ahora] fue la celebrada en 2015, la COP21, en París. Fue la primera vez que todos los países presentaron sus metas voluntarias de reducción de emisiones, conocidas en inglés como NDCs (Nationally Determined Contributions). En 2015 se afirmó: “No podemos, bajo ninguna circunstancia, permitir que la temperatura global supere el 1 °C, idealmente 1.5 °C, pero no 2 °C”. Y todos los países se comprometieron a reducir en un 70 % las emisiones para 2050 y alcanzar emisiones netas cero para 2100. Pero luego un importante informe especial del IPCC, publicado en 2018, mostró que un aumento superior a 1.5 °C representaría un enorme riesgo de lo que llamamos puntos de no retorno. Uno de los casos más conocidos, dado que los océanos ya se estaban calentando, era la extinción de los arrecifes de coral. El informe demostró que, si la temperatura supera los 1.5 °C y alcanza los 2 °C, en el próximo siglo más del 99 % de las especies de arrecifes de coral —que sustentan el 25 % de la biodiversidad oceánica— desaparecerán. La COP26, celebrada en 2021 en Glasgow, Escocia, fue la segunda más importante, ya que todos los países acordaron no permitir que la temperatura superara los 1.5 °C. Para lograrlo, la ciencia mostraba que era necesario reducir un 43 % de las emisiones para 2030 en comparación con las de 2019, y alcanzar emisiones netas cero para 2050. Sin embargo, hasta el año pasado no estábamos avanzando en esa dirección. Las emisiones más altas se registraron en 2024. Este año aún no se sabe si al menos se estabilizarán; en el primer semestre siguieron elevadas, y aunque falta ver cómo termina el año, parece muy difícil lograr una reducción del 43 % para 2030. Estudios indican que, con las metas presentadas por todos los países en sus NDC —y de hecho, esos estudios se realizaron antes de la elección del actual presidente estadounidense—, la reducción sería de apenas un 3 % en 2030, y no del 43 %. El riesgo de que superemos los 2 °C en 2050 y lleguemos a 2.5 °C es altísimo. Por lo tanto, en mi opinión, la COP30, aun sin la presencia de Estados Unidos —que desde 1850 hasta hoy ha sido el mayor emisor, responsable del 20 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero, y actualmente ocupa el segundo lugar después de China—, debe ser, al igual que la COP21 con el Acuerdo de París y la COP26, la conferencia más importante. Todos los países, aunque Estados Unidos no participe, deben acelerar de manera contundente la reducción de sus emisiones. Es un desafío enorme. China estableció metas modestas de reducción hasta 2035, pero debe acelerar fuertemente. Hoy es el país que más emite, junto con India. En cuanto a Estados Unidos, habrá que esperar a que el próximo presidente cambie esa política. Durante el primer gobierno del actual presidente, entre 2017 y 2020, las emisiones aumentaron, y es casi seguro que este año volverán a hacerlo, probablemente también en los tres años siguientes.
Agência FAPESP – ¿Y cuáles son los riesgos?
Nobre – Si llegamos a 2050 con 2 °C o, peor aún, 2.5 °C de calentamiento, activaremos varios puntos de no retorno. La ciencia ya ha identificado más de 20 de estos puntos. Para el próximo siglo se prevé una gran extinción de los arrecifes de coral y de numerosas especies oceánicas, pero también de especies terrestres. Ya hay muchas extinciones de especies en la Amazonía. Si la temperatura supera los 2 °C, provocaremos el deshielo del suelo congelado de Siberia, el norte de Canadá y el norte de Alaska —el llamado permafrost—, congelado desde hace millones de años y que almacena una enorme cantidad de gases de efecto invernadero, como el metano, entre 28 y 30 veces más potente que el dióxido de carbono para retener el calor. Ese deshielo ya comenzó. Para 2100, más de 200 mil millones de toneladas de gases procedentes del permafrost podrían liberarse a la atmósfera. Aceleraremos el derretimiento del manto de hielo de Groenlandia, lo que aumentará considerablemente el nivel del mar y acelerará el derretimiento de parte de la Antártida Occidental. Prácticamente desaparecerá el hielo del mar Ártico y de zonas oceánicas cercanas a la Antártida. Y perderemos la Amazonía. Por eso, la COP30 debe ser tan importante como lo fue la COP21, con el Acuerdo de París, y posteriormente la COP26.
Agência FAPESP – ¿La salida está en un nuevo acuerdo?
Nobre – Todos los países deben acordar acelerar drásticamente la reducción de emisiones y, al mismo tiempo, como se planteó en la COP29. El embajador André Corrêa do Lago ya mencionó que llevará este tema a la COP30: la necesidad de aprobar el Fondo Verde para el Clima. Era un fondo muy pequeño, de apenas 100 mil millones de dólares hasta 2025. Un estudio presentado en la COP29 en Azerbaiyán, mostró que, de 2026 a 2035, esa cifra debería aumentar a 1.3 billones de dólares, destinando cerca de 800 mil millones por año hasta 2035 para acelerar de manera decisiva la transición energética. Las energías renovables son totalmente viables. La solar y la eólica ya son mucho más baratas. La principal causa de contaminación urbana en el mundo es la quema de combustibles fósiles —carbón, petróleo, diésel—, responsable de entre seis y siete millones de muertes al año por contaminación del aire. En la ciudad de São Paulo, el profesor Paulo Saldiva, de la USP, realiza estudios desde hace décadas y ha mapeado la expectativa de vida de los habitantes de la capital y del área metropolitana, que es entre dos y cuatro años menor debido a la contaminación. Por lo tanto, las energías renovables mejorarán la calidad del aire y reducirán significativamente las emisiones. Se necesitan unos 800 mil millones de dólares anuales hasta 2035 para fortalecer la capacidad de adaptación y aumentar la resiliencia. Hoy, más de 2 mil millones de personas en el mundo son totalmente vulnerables a eventos extremos – olas de calor, sequías, incendios forestales, lluvias intensas, inundaciones y deslizamientos costeros. Se requieren, además, unos 500 mil millones de dólares anuales para mejorar sustancialmente la capacidad de adaptación.
Agência FAPESP – ¿Existen riesgos para Brasil?
Nobre – En Brasil hay millones de personas que viven en zonas de riesgo ante lluvias intensas, como ocurrió en Rio Grande do Sul el año pasado. Un estudio reciente del comité de ciencia y tecnología de adaptación de ese estado estimó que actualmente más de 500 mil personas viven en áreas vulnerables a inundaciones, anegamientos y deslizamientos costeros. En el país, esa cifra supera con seguridad los 4 millones. El Cemaden (Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales) realiza un estudio actualmente, y uno anterior, de 2018, ya había identificado más de 2 millones de brasileños en situación de altísimo riesgo. Esto no puede continuar. Solo para dar una idea: se necesita una cantidad enorme de recursos para retirar a esas personas de las zonas de riesgo. Y el evento extremo que más muertes provoca no son las lluvias intensas, sino las olas de calor, que causan muchas más muertes. Estudios recientes señalan más de 500 mil muertes anuales en todo el mundo. En Brasil también hay un número elevado. Tuvimos récords de olas de calor en 2023, y especialmente en 2024 y a comienzos de 2025. La adaptación a las olas de calor es muy compleja. Por ejemplo, una ciudad como Barcelona, tras las olas de calor de 2022 y 2023, creó numerosos espacios con piscinas, aire acondicionado y atención médica, donde se registran personas mayores, bebés y pacientes con enfermedades. Cuando el pronóstico meteorológico anuncia una ola de calor intensa, esas personas son invitadas a permanecer allí varios días, hasta que la ola termine. Esa es una forma de adaptación. Otra adaptación muy importante es la restauración forestal urbana. Plantar árboles reduce la temperatura máxima varios grados – en la región metropolitana de São Paulo puede bajar más de 5 °C. La restauración forestal también elimina entre un 20 % y 30 % de los contaminantes y mantiene un microclima mucho más saludable bajo la copa de los árboles. La ciudad más verde del mundo es Singapur: todos cultivan plantas en los techos, en la parte superior de los edificios, en los balcones. Esto reduce considerablemente la temperatura. En Brasil, no tenemos ese hábito.
Agência FAPESP – Usted fue el primer coordinador científico del LBA. ¿Cómo surgió la iniciativa de crear e implementar el experimento?
Nobre – Participé desde el inicio de lo que más tarde se convirtió en el Experimento a Gran Escala de la Biosfera-Atmósfera en la Amazonía, al que dimos el nombre de Experimento LBA. La primera reunión en que comenzamos a hablar sobre la importancia de un experimento de gran escala en la Amazonía fue en noviembre de 1993. Yo había pasado un año en la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, donde conocí a varios investigadores, entre ellos [Piers] Sellers (1955–2016), que trabajaba en la NASA [La agencia espacial de Estados Unidos] y llegó a ser astronauta, y al profesor [Jagadish] Shukla. Ya venía colaborando con el Centro de Ecología e Hidrología del Reino Unido, en Wallingford (Inglaterra), en investigaciones hidrológicas en las que instalamos instrumentos para medir cómo interactúan la selva y las áreas de pastura con la atmósfera. Comenzamos con dos torres: una en la selva y otra en pastizales. La primera se instaló en 1990, un poco al norte de Manaus; la segunda, en Marabá, al sur de Pará; y ese mismo año se levantó una tercera en Rondônia. En una reunión en la NASA, en noviembre de 1993, reunimos a estas personas y dijimos: “Tenemos que crear un experimento de gran escala para la Amazonía”. A partir de 1994, iniciamos las discusiones con científicos de varios países amazónicos, además de Estados Unidos y seis países europeos. En agosto de 1996 celebramos una reunión en São José dos Campos y aprobamos la propuesta completa. En agosto de 1998 comenzamos a montar todo el experimento, que entró en funcionamiento en enero de 1999. En menos de dos años ya contábamos con 25 torres de medición, incluso algunas en el Cerrado. También establecimos alianzas con aviones de investigación de la NASA, la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos), el Reino Unido y el Inpe. Estas aeronaves realizaron mediciones que cubrieron toda la selva amazónica. Al norte de Belém, cerca del océano, se desarrolló un experimento en el que se bloqueó gran parte de la lluvia para evaluar cuántos árboles no sobrevivirían si el clima amazónico cambiara. En 1990 y 1991 publiqué los primeros artículos en los que usé el término “sabanización de la Amazonía”. Si continuaba la deforestación, podríamos sobrepasar el punto de no retorno: gran parte de la selva se transformaría en sabana, con pocas especies arbóreas. El experimento buscaba determinar qué árboles sobrevivirían, y ese estudio continúa hasta hoy, con participación internacional. Fue el mayor experimento en selva tropical realizado hasta entonces y sigue activo, aunque con menos puntos de medición.
Agência FAPESP – ¿El LBA ya señalaba el punto de no retorno?
Nobre – Cuando trabajé en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, entre 2011 y 2014, donde fui secretario nacional de políticas de investigación y desarrollo, impulsamos una asociación con Alemania, a través del Instituto Max Planck, que resultó en la construcción de una torre de 325 metros de altura al norte de Manaus: el Observatorio de Torre Alta de la Amazonía (ATTO), que sigue en funcionamiento. Esa torre permite numerosos experimentos de gran alcance, pues los vientos que recorren miles de kilómetros pasan por allí y se analizan todos los compuestos químicos para entender lo que ocurre, y si la Amazonía está cerca de un punto de no retorno. El experimento LBA fue el que más evidenció este riesgo: varias de sus investigaciones mostraron que en toda la región sur de la Amazonía —desde el Atlántico hasta Bolivia, pasando por las planicies de Colombia y Perú— la estación seca es hoy de cuatro a cinco semanas más larga que hace 40 o 45 años, aproximadamente una semana por década. Luciana Gatti, del Inpe, comenzó en 2008–2009 a medir gases de efecto invernadero (CO₂ y monóxido de carbono) en cuatro puntos de la selva: sudeste, nordeste, noroeste y sudoeste. Su estudio reveló algo muy preocupante: el primer artículo, publicado en la revista Nature en 2021, mostró que en el sudeste de la Amazonía —sur de Pará y norte de Mato Grosso— la selva ya se convirtió en fuente de carbono. A escala global, todos los biomas del planeta absorben CO₂. Emitimos cerca de 40 mil millones de toneladas anuales, pero la vegetación remueve un tercio de esa cantidad; de no ser así, la temperatura ya habría superado los 2 °C hace tiempo. En los años 1990, la Amazonía absorbía hasta 1.5 mil millones de toneladas anuales; hoy esa capacidad ha disminuido drásticamente, a unos pocos cientos de millones, y en el sudeste amazónico se ha invertido: la selva emite carbono. Otros estudios del LBA también evidenciaron un gran aumento en la mortalidad de árboles en buena parte de la Amazonía. Así, el LBA fue clave para mostrar que estamos muy cerca del punto de no retorno. Además, permitió formar más de 1,500 maestros y doctores en todos los países amazónicos y fuera de la región —en Estados Unidos y Europa—, y produjo más de 2,500 artículos científicos.
Agência FAPESP – Entonces, ¿el LBA inauguró una nueva fase de grandes experimentos e infraestructuras de investigación multiusuario en la Amazonía?
Nobre – Sin duda. El LBA fue creado, principalmente, para entender el riesgo de que la Amazonía cruzara el punto de no retorno, pero también abordó muchos otros temas. Analizó cómo el calentamiento global, la deforestación y la degradación afectan la biodiversidad terrestre y fluvial. La Amazonía recicla muy eficientemente el agua. Aproximadamente el 45 % del vapor de agua que entra desde el Atlántico a la cuenca amazónica no regresa por el río Amazonas, sino que se desplaza hacia el sur y los Andes. Gran parte de esa humedad se dirige al sur y explica buena parte de las lluvias del Cerrado, además de un 15 % de la lluvia del Sudeste, mucha de la del Sur de Brasil, de Uruguay, Paraguay, el norte de Argentina y el mantenimiento de la Mata Atlántica. Son servicios ecosistémicos resultado de una evolución de decenas de millones de años, de enorme importancia. El experimento LBA estudió todo esto, y más recientemente la torre ATTO demostró la gran relevancia de la selva como un sistema integral y los efectos de la deforestación, los incendios y la degradación, así como la eficiencia del bosque en el reciclaje del agua. El proyecto AmazonFACE busca responder si, al seguir emitiendo gases a la atmósfera, alcanzaremos las 560 partes por millón antes de 2100 y si la selva será capaz de seguir desempeñando un papel fundamental en la remoción de CO₂, ¿o si los problemas de nutrientes en el suelo limitarán su eficiencia?
Agência FAPESP – ¿Ya se sienten los impactos de los recortes de fondos de Estados Unidos en las colaboraciones científicas con Brasil en el ámbito climático?
Nobre – Los socios del experimento LBA ya están sintiendo el impacto de la reducción presupuestaria en varias universidades e instituciones. Estados Unidos fue el país que más colaboró científica y financieramente, aportando recursos, investigadores e infraestructura. La mayoría de los aviones de investigación provenían de allí. Ahora habrá que ver qué sucede, porque cuatro años con un presidente negacionista, que recortó el presupuesto de muchos de esos socios que siguen participando en el LBA, pueden tener consecuencias. Pero, afortunadamente, Brasil ha asumido un liderazgo cada vez mayor.
Vea la entrevista completa de Carlos Nobre en el Centro de Memoria FAPESP.
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