Detalle del sitio arqueológico de Chavín de Huántar, ubicado en la zona montañosa del norte de Perú. El período de violencia investigado en el estudio estaría relacionado con el declive de la cultura Chavín y la posible transición de gobiernos teocráticos a gobiernos seculares (foto: Sharon odb/Wikimedia Commons)
Análisis de esqueletos exhumados en un cementerio datado del período comprendido en los años 500 a. C. y 400 a. C., en la etapa inmediatamente posterior al colapso de la cultura Chavín, mostraron traumatismos mortales infligidos a hombres, mujeres y niños. Y también indicios de la existencia de una población carenciada
Análisis de esqueletos exhumados en un cementerio datado del período comprendido en los años 500 a. C. y 400 a. C., en la etapa inmediatamente posterior al colapso de la cultura Chavín, mostraron traumatismos mortales infligidos a hombres, mujeres y niños. Y también indicios de la existencia de una población carenciada
Detalle del sitio arqueológico de Chavín de Huántar, ubicado en la zona montañosa del norte de Perú. El período de violencia investigado en el estudio estaría relacionado con el declive de la cultura Chavín y la posible transición de gobiernos teocráticos a gobiernos seculares (foto: Sharon odb/Wikimedia Commons)
Por José Tadeu Arantes | Agência FAPESP – La transición del quinto al cuarto siglo antes de la era actual habría sido una época crítica en la región de los Andes centrales, en lo que hoy en día es el territorio de Perú. Los estudiosos señalan que existen evidencias de un tiempo conturbado, que habría signado el paso del período Formativo Medio (1200 a. C.- 400 a. C.) al período Formativo Tardío (400 a. C. - 1 a. C.). La desintegración política y la violencia intergrupal formarían parte del contexto de ese entonces, quizá asociado al hipotético reemplazo de gobiernos teocráticos por gobiernos seculares. Un nuevo estudio, publicado en la revista Latin American Antiquity, llega ahora para reforzar en forma consistente esta suposición.
La investigación referida estuvo a cargo de un equipo de científicos peruanos, colombianos y brasileños, encabezado por el bioarqueólogo peruano Luis Pezo Lanfranco, por entonces asociado al Laboratorio de Antropología Biológica del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (IB-USP), en Brasil, y apoyado por la FAPESP a través del Programa Jóvenes Investigadores en Centros Emergentes.
“Realizamos un análisis minucioso de las osamentas de 67 individuos halladas en una excavación efectuada en un cementerio del período comprendido entre 500 a. C. y 400 a. C., situado en el valle del Supe, a pocos kilómetros de Caral, un famoso centro ceremonial que estuvo en funcionamiento entre 2900 a. C. y 1800 a. C. En ese cementerio detectamos la existencia patrones de lesiones característicos de eventos repetitivos de violencia interpersonal. De los individuos examinados, los adultos y los adolescentes murieron en un 80 % de los casos como consecuencia de los traumatismos infligidos”, le dice Pezo Lanfranco a Agência FAPESP. El investigador trabaja ahora en el Departamento de Prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona, en España.
Pezo Lanfranco comenta que las lesiones perimortem (esto es, acaecidas al momento de la muerte) halladas en los huesos del cráneo, del rostro y del tórax de varios individuos son compatibles con una violencia letal probablemente intercomunitaria. Y que dicha violencia no ultimó únicamente a hombres y mujeres, sino también a niños. “Nuestra hipótesis indica que un grupo ajeno a la comunidad habría llegado al lugar y perpetrado esos homicidios. Luego de que los agresores se marcharon, los individuos asesinados fueron inhumados por la propia comunidad de acuerdo con los ritos habituales, tal como lo sugieren los patrones de sepultura”, afirma.
Varios traumas en uno de los individuos estudiados: a) fractura penetrante perimortem en el parietal derecho, producida por contusión infligida; b) marca de corte en el arco superciliar derecho relacionada con contusión perforante, y lesión infligida perimortem relacionada con lasca de piedra, incrustada en la pared derecha de la apertura piriforme de la nariz; c) fractura lineal penetrante cicatrizada y marcas de corte en el hueso cigomático izquierdo relacionadas con un mecanismo de contusión cortante, y fractura nasal cicatrizada (fotos: Luis Pezo-Lanfranco)
De los 67 individuos estudiados, 64 fueron enterrados en posición fetal: 12 estaban en decúbito supino o dorsal, cuatro en decúbito prono o ventral, siete en decúbito lateral izquierdo y 41 en decúbito lateral derecho. La posición fetal constituye un patrón recurrente en las sepulturas de varias poblaciones prehistóricas y antiguas del mundo. Por ser característico de la fase intrauterina, algunos expertos estiman que estaba asociado a la idea de una continuidad de la vida después de la muerte o de renacimiento.
Pese a que el traumatismo perimortem es más frecuente en los esqueletos estudiados, ampliamente distribuido entre adultos de ambos sexos y en algunos niños, también se hallaron cuantiosos ejemplos de traumatismo ante mortem (es decir, antes de la muerte), y varios individuos exhiben ambas formas de traumatismo, ante mortem y perimortem, lo que sugiere al menos dos eventos violentos en el transcurso de sus vidas: uno que generó fracturas que posteriormente cicatrizaron y otro que los ultimó. “Los marcadores indican una exposición a violencia repetitiva y letal a lo largo de sus vidas”, comenta Pezo Lanfranco. Y el investigador a su vez informa que las lesiones observadas más comúnmente fueron las fracturas deprimidas del casquete craneal, fracturas maxilofaciales, fracturas torácicas, principalmente en las costillas y en las escápulas, y “fracturas defensivas” en el cúbito, el hueso mayor que forma el antebrazo.
Aparte de los signos de violencia, el análisis de las osamentas indica una alta incidencia de estreses inespecíficos y enfermedades infecciosas, que pueden estar asociadas a las malas condiciones de vida derivadas de una combinación de pobreza de recursos y el crecimiento poblacional. La pobreza también se verifica en la sencillez de las ofrendas funerarias: calabazas con restos de vegetales, semillas de algodón y raíces, piezas de telas lisas de algodón, esteras y cestos, collares de cuentas y fragmentos de cerámica. “Estudios de isótopos estables revelaron que los productos agrícolas básicos constituían la principal fuente de subsistencia”, dice Pezo Lanfranco.
El investigador argumenta que este escenario carente de recursos en el valle del Supe probablemente se relaciona con el colapso de la cultura Chavín, que se expandió por las montañas y la costa de Perú entre los años 1200 a. C. y 500 a. C., y cuyo centro era el sitio monumental de Chavín de Huántar, situado en el norte de Perú, en la cuenca del río Marañón, que nace en los Andes peruanos a alrededor de 5.800 metros de altura y fluye hacia el este hasta formar el río Solimões en Brasil.
“Durante la transición del Formativo Medio hacia el Formativo Tardío, entre 500 a. C. y 400 a. C., este sistema se agotó. Varios centros ceremoniales, Chavín de Huantar inclusive, fueron desacralizados y abandonados. Y se produjo una desintegración de las formaciones políticas organizadas alrededor de la esfera religiosa, lo que caracterizó una decadencia de los sistemas teocráticos y la emergencia de gobiernos seculares”, informa Pezo Lanfranco.
Según el investigador, el sistema Chavín tenía como su deidad principal a un ser antropozoomórfico que reunía atributos humanos y atributos del jaguar.
Las deidades antropozoomórficas se hacen presentes en numerosísimas culturas de todo el mundo: en la India, Egito, Creta, etc. En un abordaje puramente especulativo, algunos estudiosos consideran que podrían ser reelaboraciones tardías de tradiciones prehistóricas de tipo chamánico, en las cuales las virtudes de los animales tutelares se sincretizan con la figura del chamán. Pero esto constituye solamente una hipótesis que aún no ha podido corroborarse en el actual estadio de nuestros conocimientos.
No se sabe el nombre del hombre jaguar de Chavín, pues a diferencia de otras regiones del Viejo Mundo, en los Andes no existen registros escritos que, de descifrárselos, podrían aportar información más precisa acerca de esa época. Ha de tenerse en cuenta que el período aquí mencionado hace referencia a casi 2.000 años antes del establecimiento formal del imperio incaico, que fue la última expresión de milenios de civilizaciones andinas. Fundado por Pachacuti en el año 1438 de la presente era, el Imperio Inca sobrevivió menos de un siglo para luego ser subyugado por los españoles en 1533. Su último imperador, Túpac Amaru, refugiado en Vilcabamba, fue capturado y ejecutado por los españoles en 1572.
Para el equipo de investigadores participante en el estudio que aquí se aborda, estos hallazgos son aún más relevantes precisamente porque provienen de una época tan poco documentada de la arqueología andina. Pocos cementerios de ese período han sido excavados en los Andes centrales y en una cantidad aún menor se han hallado muestras en tan buen estado de preservación, lo cual, en esa zona, debido a la aridez del clima, hizo posible la observación detallada de las lesiones en huesos casi íntegros.
“Esta investigación, que forma parte de lo que se denomina como ‘la bioarqueología de la violencia’, ayuda a entender la naturaleza de los conflictos interpersonales aproximadamente a la mitad del primer milenio antes de nuestra era. Por otra parte, datos del mismo análisis que se publicarán próximamente ofrecen una serie de respuestas referentes a los factores que modulaban la morbilidad y mortalidad de los integrantes de esa sociedad, que se desarrolló bajo un hipotético contexto de presión poblacional y transición política asociada al colapso de los sistemas de creencias, en un ambiente bastante pobre en recursos”, culmina diciendo Pezo Lanfranco.
Puede accederse a la lectura del artículo intitulado Bioarchaeological Evidence of Violence between the Middle and Late Formative (500–400 BC) in the Peruvian North-Central Coast en el siguiente enlace: www.cambridge.org/core/journals/latin-american-antiquity/article/abs/bioarchaeological-evidence-of-violence-between-the-middle-and-late-formative-500400-bc-in-the-peruvian-northcentral-coast/A32D6097D29F59E83DB562EC80189D66.
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