Los distintos criterios aplicados en los ensayos clínicos de la fase III de los agentes inmunizantes aprobados hasta ahora fueron objeto de debate entre los participantes en un webinario organizado por la FAPESP. El impacto del retraso en la vacunación de los brasileños fue uno de los temas que se abordaron (foto: Gobernación del Estado de São Paulo/divulgación)
Los distintos criterios aplicados en los ensayos clínicos de la fase III de los agentes inmunizantes aprobados hasta ahora fueron objeto de debate entre los participantes en un webinario organizado por la FAPESP. El impacto del retraso en la vacunación de los brasileños fue uno de los temas que se abordaron
Los distintos criterios aplicados en los ensayos clínicos de la fase III de los agentes inmunizantes aprobados hasta ahora fueron objeto de debate entre los participantes en un webinario organizado por la FAPESP. El impacto del retraso en la vacunación de los brasileños fue uno de los temas que se abordaron
Los distintos criterios aplicados en los ensayos clínicos de la fase III de los agentes inmunizantes aprobados hasta ahora fueron objeto de debate entre los participantes en un webinario organizado por la FAPESP. El impacto del retraso en la vacunación de los brasileños fue uno de los temas que se abordaron (foto: Gobernación del Estado de São Paulo/divulgación)
Por Karina Toledo | Agência FAPESP – ¿Cuál es la mejor entre las diversas vacunas contra el COVID-19 aprobadas hasta hora en el mundo? Para los expertos que participaron en un webinario sobre el tema organizado por la FAPESP, por el momento no es posible darle una respuesta a esta pregunta. Como esos agentes inmunizantes se desarrollaron mediante técnicas distintas y se pusieron a prueba en condiciones diversas, los resultados de los ensayos clínicos de fase III ya concluidos sencillamente no son comparables.
“No se puede decir que la protección de una determinada vacuna es mejor que la de otra, pues no se las comparó entre sí y los desenlaces clínicos evaluados [en cada uno de los estudios de la fase III] son distintos”, dijo Ricardo Sobhie Diaz, docente de la Escuela Paulista de Medicina de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), ante el cuestionamiento referente a cuál sería el inmunizante que él elegiría. “No existe un respaldo científico como para emitir esa respuesta”, afirmó.
A juicio de la infectóloga Mirian Dal Ben, del Hospital Sírio-Libanês de São Paulo, las personas deben aplicarse “la primera vacuna que tengan oportunidad”, pues todas están probándose con rigor y ninguna será aprobada de no haber datos de seguridad y eficacia que justifiquen su autorización de uso a gran escala.
Esta también fue la postura del profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP) Eduardo Massad. “Entré en el protocolo del Instituto Butantan para evaluar la respuesta inmune de los ancianos. Por lo tanto, ya me vacuné con la CoronaVac. Pero me aplicaría cualquiera de ellas. La primera que aparezca, póngansela. Cualquiera de ellas protegerá contra la enfermedad, que es lo que nos interesa”, afirmó el médico.
El seminario intitulado “El diseño y la interpretación de estudios de eficacia de las vacunas” se transmitió en vivo el pasado 3 de febrero, e integra la serie FAPESP COVID-19 Research Webinars, realizada con el apoyo del Global Research Council (GRC).
Durante dicho evento, Sobhie Diaz explicó el funcionamiento de las diferentes plataformas existentes para la producción de vacunas. La más antigua y estudiada es la de virus inactivado, tal como es el caso de la vacuna CoronaVac (desarrollada por la compañía china Sinovac Biotech, con las pruebas en Brasil a cargo del Instituto Butantan) y de la Covaxin (desarrollada por el laboratorio indio Bharat Biotech). Este tipo de agente inmunizante ya se aplica en el combate contra enfermedades tales como la gripe, el cólera, la rabia, la poliomielitis, la hepatitis A y la peste bubónica. Es una técnica que consiste en cultivar el patógeno en laboratorio e inactivarlo con calor o radiación para que no cause la enfermedad al inyectárselo en el organismo humano, pero sí que induzca una respuesta de defensa.
Otros cuatro tipos de vacunas se encuentran en desarrollo o ya están aplicándose en el marco de programas nacionales de combate contra el COVID-19: las de vector viral (como la rusa Sputnik V, del Instituto Gamaleya, la británica ChAdOx1, de la Universidad de Oxford con el laboratorio AstraZeneca, y la estadounidense Ad26.COV2.S, de la compañía farmacéutica Janssen/Johnson & Johnson), en las cuales se inserta una proteína del SARS-CoV-2 en un tipo de virus incapaz de replicarse en el organismo humano; las genéticas (como las de los laboratorios Moderna, Pfizer/Biontech y Fosun Pharma), que consisten en inyectar ácidos nucleicos del nuevo coronavirus para inducir en el cuerpo humano la producción de proteínas virales, y las vacunas proteicas subunitarias (como la del laboratorio estadounidense Novavax), elaboradas con fragmentos del virus.
En su alocución, Dal Ben explicó de qué manera se diseñan los estudios clínicos con el fin de evaluar la seguridad y la eficacia de los inmunizantes. Hasta la fase II, la atención de los investigadores se dirige hacia los denominados “desenlaces de laboratorio”, es decir que normalmente se investiga en qué medida los vacunados desarrollan inmunidad humoral (anticuerpos capaces de neutralizar al virus) y celular (linfocitos que reconocen y destruyen células que el SARS-CoV-2 infecta). Estas cuestiones también se miden durante la fase III, pero en este último caso, la principal meta consiste en evaluar los “desenlaces clínicos” asociados a la inmunización.
Según la médica, una investigación clínica de fase III puede apuntar a responder distintos interrogantes: cuánto protege una dosis de la vacuna contra el surgimiento del COVID-19, o cuál es la protección que promueven dos dosis del agente inmunizante, por ejemplo. También se puede evaluar en qué medida la vacuna evita las hospitalizaciones, las muertes o la transmisión asintomática del virus entre los voluntarios.
De acuerdo con Dal Ben, con base en las cuestiones que han de responderse, se define el diseño de cada ensayo: cuántas personas se incluirán, cual debe ser el perfil de la población estudiada (edad, etnia, grado de exposición, existencia de comorbilidades, variantes predominantes en la zona, etc.) y de qué manera quedarán divididos los voluntarios. Es posible separar a los participantes en dos grupos (placebo y vacuna) o en tres (placebo, una dosis de la vacuna o dos dosis), entre otros formatos. También es necesario definir si el estudio será monociego (los voluntarios no saben a qué grupo pertenecen) o doble ciego (ni los voluntarios ni los investigadores conocen a los grupos), qué tipo de placebo se utilizará (puede ser una sustancia inocua, tal como el suero fisiológico, u otra vacuna, por ejemplo) y cómo será el monitoreo de los participantes.
“La forma de monitorear a los voluntarios y el tiempo de seguimiento también dependen de la pregunta que se pretende responder. Si el desenlace que se evaluará es la infección provocada por el SARS-CoV-2, puedo parar tan pronto como el paciente arroje un resultado positivo en el test de RT-PCR. Pero si lo que pretendo es investigar si el caso evolucionará hasta la enfermedad grave o la muerte, el seguimiento deberá extenderse durante un tiempo mayor. Y únicamente con el seguimiento a largo plazo será posible descubrir cuánto dura la inmunidad que induce la vacuna”, dijo Dal Ben.
Cuanto más raro es el evento que se desea evaluar, mayor deberá ser la cantidad de voluntarios incluidos en el estudio para que, al final, los resultados tengan significación estadística, según explicaron los investigadores. Para descubrir en qué medida una vacuna es capaz de evitar muertes (el desenlace que sucede en entre el 0,5% y el 1% de los casos), por ende, es necesario contar con una cantidad mucho mayor de participantes que para evaluar la protección contra la hospitalización (necesaria para aproximadamente un 20% de los contaminados con el SARS-CoV-2).
De acuerdo con Dal Ben, en los estudios de la fase III realizados para medir la eficacia de las vacunas contra el COVID-19 se adoptaron criterios sumamente variados, y esto impide la comparación de los datos. En el caso de la vacuna CoronaVac, por ejemplo, a los voluntarios que tras aplicárseles la segunda dosis del inmunizante tuvieron fiebre, tos, falta de aire, fatiga, dolor muscular, cefalea, dolor de garganta, congestión nasal, náuseas, vómitos o diarrea se los consideró como “casos sospechosos”. En tanto, en el caso de la vacuna ChAdOx1, de AstraZeneca, solamente se consideraron como sospechosos a los pacientes que exhibieron fiebre, tos, falta de aire, anosmia (pérdida del olfato) o ageusia (pérdida del gusto).
“El dolor de garganta, que es un síntoma muy común en los casos leves de COVID-19, no se tuvo en cuenta en la casuística del Reino Unido y de Brasil, según los datos dados a conocer por AstraZeneca en la revista The Lancet. Se lo contempló únicamente en Sudáfrica. ¿Habrá sido por eso que la eficacia fue menor en Sudáfrica?”, se indagó.
Otro factor que dificulta la comparación, según Massad, reside en el hecho de que los participantes de cada estudio hayan sido vacunados en momentos y en lugares distintos, lo que hace que el grado de exposición al virus no sea equiparable. En algunos casos, puede existir una variación en la incidencia de la enfermedad incluso dentro de un mismo estudio clínico, en caso de que los voluntarios del grupo del placebo y del grupo de la vacuna sean atendidos en momentos distintos, cosa que puede corregirse mediante modelado matemático, dijo el investigador.
El costo de la demora
Aparte de explicar las fórmulas que se aplicaron en los estudios clínicos para calcular el índice de eficacia de las vacunas, Massad mostró un modelo con el cual estimó la cantidad de muertes que se evitarían en Brasil en caso de que la vacunación a gran escala se hubiese puesto en marcha desde el mes de enero.
“Sin vacunar a nadie, llegaremos al final del año con 350 mil muertos. Actualmente [3 de febrero] estamos con más de 220 mil, y si la vacunación hubiese empezado en enero, ese número aumentaría muy poco hasta diciembre [considerando que en seis meses el 70% de las personas susceptibles estarían vacunadas]. Un mes de atraso costará 41 mil vidas más, dos meses serán 73 mil, tres meses, 97 mil y, si recién empezamos a vacunar masivamente en mayo, 111 mil personas más morirán. Por ende, esta demora en la aplicación de la vacuna tiene un costo en vidas humanas”, dijo el investigador.
Los cálculos se realizaron teniendo en cuenta una vacuna con un 90% de eficacia, que tendría una adhesión del 80% de la población, y sin contemplar a las nuevas variantes virales posiblemente más transmisibles.
“Brasil cuenta con capacidad para vacunar al menos a 10 millones de personas por día. Si contásemos con dosis para todos, en poco más de 20 días podríamos liquidar ese pleito”, dijo Massad.
Ingrese al siguiente enlace para tener acceso al webinario completo: www.youtube.com/watch?v=6bNLtyMSIxE.
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