Para los participantes en un seminario organizado por la FAPESP, obras tales como la central hidroeléctrica de Belo Monte y la carretera Transamazónica aportaron escasos beneficios locales, causaron enfermedades y provocaron un aumento de la pobreza, la violencia y la deforestación (imagen: reproducción)

Los grandes proyectos de infraestructura en la Amazonia dejaron un dañoso legado socioambiental
14-10-2021
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Para los participantes en un seminario organizado por la FAPESP, obras tales como la central hidroeléctrica de Belo Monte y la carretera Transamazónica aportaron escasos beneficios locales, causaron enfermedades y provocaron un aumento de la pobreza, la violencia y la deforestación

Los grandes proyectos de infraestructura en la Amazonia dejaron un dañoso legado socioambiental

Para los participantes en un seminario organizado por la FAPESP, obras tales como la central hidroeléctrica de Belo Monte y la carretera Transamazónica aportaron escasos beneficios locales, causaron enfermedades y provocaron un aumento de la pobreza, la violencia y la deforestación

14-10-2021
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Para los participantes en un seminario organizado por la FAPESP, obras tales como la central hidroeléctrica de Belo Monte y la carretera Transamazónica aportaron escasos beneficios locales, causaron enfermedades y provocaron un aumento de la pobreza, la violencia y la deforestación (imagen: reproducción)

 

Por Maria Fernanda Ziegler  |  Agência FAPESP – En Brasil, el gobierno central siempre ha pensado el desarrollo de la región amazónica con base en grandes obras de infraestructura que pocos beneficios han aportado en el ámbito local. A decir verdad, la construcción de centrales hidroeléctricas y carreteras ocasionaron grandes alteraciones socioambientales, lo que incluyó un aumento de la pobreza y la violencia, y brotes de enfermedades.

Esta es la conclusión a la que arribaron los expertos que participaron en el tercer evento de la serie La salud y el medio ambiente en la Amazonia en el contexto del COVID-19, organizado por la FAPESP en el mes de agosto.

La propuesta de debate partió de investigadores que integran el proyecto intitulado Después de las hidroeléctricas. Los procesos sociales y ambientales tras la construcción de las centrales de Belo Monte, Jirau y Santo Antônio en la Amazonia Brasileña, apoyado por la FAPESP en el marco del programa São Paulo Excellence Chair (SPEC). 

“Mucho más que la construcción de una central hidroeléctrica, la obra de Belo Monte en la región de Altamira, en el estado de Pará, tuvo como resultado final la conversión masiva de las comunidades que vivían integradas a la selva en una población que vive en la pobreza. Cuando llegó el COVID-19, esa misma población quedó expuesta al virus en la periferia insalubre de las viviendas estándar y alineadas de los denominados Reasentamientos Urbanos Colectivos [RUC], con toda la supervivencia determinada ya entonces por la compra de mercaderías y, por ende, por la circulación en la ciudad”, comenta Eliane Brum, periodista que vivió en Altamira y siguió de cerca esos cambios.

Más de una década después del comienzo de la construcción de la usina de Belo Monte, surge la primera generación deforestada por la obra, informa Brum. La primera generación de las comunidades que vivían integradas a la selva (a las que ella denomina comunidades-selva) quedó convertida en grupos de personas pobres.

“Belo Monte intensificó los focos de deforestación existentes y abrió nuevos. Amplió los conflictos por la tierra existentes y también abrió otros nuevos. Intensificó las invasiones de áreas protegidas y creó nuevos frentes de invasión. Por último, y entre sus mayores delitos en curso, está secando un ecosistema entero, que es Volta Grande do Xingu”, dice.

La periodista remarca que, como reportera que investiga los procesos amazónicos, aprendió que la ciudad de Altamira es una especie de vanguardia. “En primer lugar, por ser el mojón de la [carretera] Transamazónica –la obra símbolo de destrucción de la selva perpetrada por la dictadura cívico-militar–, y después, durante la redemocratización, por erigirse en el escenario de la central de Belo Monte, la obra símbolo de la destrucción de la selva del gobierno de Dilma Rousseff, ella misma una mujer torturada por la dictadura”, afirma.

De acuerdo con la periodista, la transfiguración de la ciudad la convirtió en una especie de laboratorio de lo que sucede con las comunidades-selva cuando la vida es destrozada en un corto lapso de tiempo. “Al margen de ello, el colapso climático nos quita la posibilidad de un futuro indeterminado, como un campo de posibilidades. Ahora el futuro en gran medida está determinado por el colapso climático y por la sexta extinción en masa de especies, ambos provocados por la acción humana”, dice.

De este modo, y si bien causa conmoción, no sorprende el alto índice de suicidios entre jóvenes de la excomunidad-selva. Según Brum, poco antes de que la pandemia llegara al Xingú Medio, Altamira fue el escenario de una serie de eventos de este tipo entre adolescentes.

Entre enero y abril de 2020, 15 personas se suicidaron en la ciudad: nueve eran niños y adolescentes de entre 11 y 19 años. Como se estima que la población de Altamira es de 115 mil habitantes, el índice de muertes autoinfligidas equivale a casi el triple de la media brasileña anual.

“En cuatro meses de 2020, la cantidad de suicidios ya igualaba a la de todo el año 2019 en Altamira. Aunque resulta impreciso comparar una ciudad con un país, la comparación sirve para aportar pistas sobre la enormidad del acontecimiento de Altamira. Los profesionales de la salud mental que lo analizaron fueron unánimes en relacionar los suicidios con la transfiguración de la ciudad que provocó Belo Monte”, informa Brum.

Ese es el marco en el que el COVID-19 llegó a la región donde se erigió la central de Belo Monte. De acuerdo con Osvaldo Damasceno, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Federal de Pará (UFPA), en Altamira, uno de los mayores problemas de la construcción de usinas hidroeléctricas en la zona, para el área de la salud, reside en la dificultad de estimar la fluctuación de la población durante la obra y sus impactos.

“Amén de este problema y de la morosidad en entregar las estructuras de salud antes del pico de la obra, otro tema importante es la financiación. En algunos casos, solamente tras la construcción de la represa se le entrega al municipio una estructura de servicios de salud, se le entregan hospitales. Y no existe un seguimiento por parte del ministerio [de Salud], ni una elevación de los techos financieros de giros a los municipios. Por ende, el proceso de financiación de ese servicio termina a menudo dejando que desear, pues los municipios y el estado no reúnen las condiciones como para llevar a cabo el mantenimiento de esos servicios destinados a la población que quedó y que requiere atención”, dice.

Según Damasceno, la empresa Norte Energia, responsable de la construcción y la operación de Belo Monte, prometió entregar de diez lechos de unidades de terapia intensiva (UTI) y la distribución de test serológicos rápidos. “Sin embargo, estaba prevista la entrega de esas camas en agosto de 2020 y el pico de la pandemia en 2020 en la zona se registró en junio.”

Los precedentes históricos

El profesor Cristovão Barcellos, de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), vinculada al Ministerio de Salud de Brasil, remarca que este tipo de desarrollo trazado mediante grandes obras es histórico. Y una lógica no muy distinta a la de Belo Monte puede verificarse en la construcción de las centrales hidroeléctricas de Santo Antônio y Jirau, ambas cerca de Porto Velho, la capital del estado de Rondônia, también en la región norte del país.

“De acuerdo con los estudios que realizamos en la época de la construcción de las represas, aumentó mucho la transmisión de leishmaniasis, incluso en áreas no muy cercanas a las represas, y se disparó la incidencia de sida en todo el municipio. Estos datos generaron controversia con las empresas constructoras, que decían que las usinas hidroeléctricas no causan sida. Hubo también una aceleración del desmonte”, dice.

Barcellos comenta a su vez que, una vez terminada la obra, la oferta de empleo cayó vertiginosamente y la urbanización se materializó de manera acelerada. “Es gente que queda sin trabajo y que se va las grandes ciudades. Esto promueve una devastación de la zona y no solamente por la demanda de oro, sino también debido a la extracción de madera”, comenta.

Aparte de las grandes obras de infraestructura, existe también el sesgo de impulsar una industria extractiva de madera y la minería de corta duración, con un alcance limitado e incapaz de crear cadenas productivas. “Es decir, que no retienen riqueza, no crean tecnología y no capacitan a la fuerza de trabajo. Son proyectos que incentivan la movilidad de la población y de capital, en lugar del pretendido desarrollo”, explica.

“Gran parte de los proyectos en la Amazonia tienen el lema de llevar el desarrollo allí. Es algo impregnado de soberbia, pues se presume que únicamente la región sudeste del país tiene solución para la Amazonia. Otra frase famosa es aquella de la dictadura militar de ‘integrar para no entregar’, intentando ocupar la selva de manera tal de evitar la pérdida de la soberanía”, dice.

Barcellos menciona como ejemplo de esta lógica a la eclosión desarrollista de las décadas de 1980 y 1990, cuando diversos emprendimientos mineros se establecieron en la zona, con lo cual se produjo una especie de “fiebre del oro”, que afectó a las regiones del sudeste y sudoeste de Pará, al estado del Amapá, a las áreas indígenas Yanomami y la ciudad de Porto Velho, a causa de la contaminación con mercurio y la degradación ambiental y social.

“En aquella especie de Lejano Oeste –de áreas degradadas y sin la menor participación del Estado–, hubo una explosión de la producción de oro, que llegó a los 30 kilos por año. Pero eso no dura para siempre y, enseguida después, al tiempo que la producción cae, suben los casos de malaria. Este es el tipo de proyecto realizado en la Amazonia, sin la participación del Estado y donde el bandidismo y los emprendimientos de pequeños grupos, muchos de estos armados, ocupan muchas veces tierras indígenas. No casualmente, la tensión entre la minería −los llamados garimpos− y las poblaciones yanomamis sigue vigente hasta los días actuales.”

La serie de seminarios “La salud y el medio ambiente en la Amazonia en el contexto del COVID-19” es una iniciativa que reúne a diversas instituciones de educación superior y de investigación de Brasil −la Universidad de Campinas (Unicamp), la Universidad de São Paulo (USP), la UFPA, el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), la Universidad Federal de Rondônia (Unir) y la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC)– y la Michigan State University (MSU), de Estados Unidos.

El primer seminario se encuentra está disponible completo en el siguiente enlace: www.youtube.com/watch?v=kd13uoLoUCY. En tanto, puede accederse al segundo evento en: www.youtube.com/watch?v=RKqXys_V3RY. El tercero aparece aquí: www.youtube.com/watch?v=yTRai1C8Go4&t=161s&ab_channel=Ag%C3%AAnciaFAPESP. Y el cuarto  en este vínculo: www.youtube.com/watch?v=tXgd2C06M2k&t=3234s&ab_channel=Ag%C3%AAnciaFAPESP
 

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